domingo, diciembre 02, 2007

Día 112, domingo

Mi madre y mi hermano me acusan de haber cambiado de lugar aquel papa noel que han comprado hace algunas semanas. Yo he llegado de la calle y me he sentado en la mesa para prepararme un sandwich de jamón, queso y champiñones. Mientras tanto, mi madre se encontraba armando aquel enorme árbol de navidad que alguna vez mi abuela mandó a traer del extranjero. En eso entró a la cocina con mi hermano para preguntarme por qué había movido al papa noel y lo había puesto en posición de servirse un trago en el minibar. Yo les retruco que están locos, que no tocaría aquel papa noel así me pagaran y que además no he tenido tiempo en toda la semana. Es cierto que, algunas veces, lo he cambiado de posición. He cruzado sus piernas y doblado sus brazos como si estuviera haciendo una siesta, pero nada más. Entre los tres nos preguntamos si habrá sido mi padre, pero rápidamente lo descartamos ya que para cometer semejante ocurrencia se necesita algo de imaginación. Mi madre se ríe y mi hermano también. Esto me produce risa. "Dudo que el papa noel haya caminado solo hasta ahí", dice mi madre. "Has sido tú", me acusa mi hermano, aduciendo que soy el único al que le gusta la navidad. Yo le respondo que esas son patrañas, porque a mí la navidad ya no me gusta. Tal vez me gustaba hace tiempo, cuando tenía diez años, pero ya no más. De hecho, les dije, me parece el peor día del año. Todos: mi madre, mi hermano y el papa noel, me miraron asustados.